Susana Gisbert Mucho se había dicho sobre las Fallas de septiembre. Dudas, críticas, reticencias y hasta sus más y sus menos con el nombre, que no eran fallas sino actos falleros.
Confieso que yo tampoco lo tenía nada claro. No sabía cómo iban a resultar esas fallas sin verbenas, sin mascletàs ni castillos multitudinarios y con toque de queda, esas fallas enmascarilladas por dentro y por fuera.
Y, por supuesto, me lo pensé mucho antes de decidir ir a la Ofrenda vestida de valenciana, como había hecho cada año de mi vida desde que tengo uso de razón y hasta que la pandemia me lo impidió.
Al final, las ganas, si no resolvieron las dudas, las disolvieron. Y me puse el chip fallero y el traje de valenciana, a pesar de lo raro que resulta ver fallas a más de 35 grados. Y hasta por algún momento me sentí como siempre, como me sentía cada mes de marzo antes de que un maldito virus cambiara nuestras vidas.
Hemos respetado las normas, nos hemos adaptado y, al final, hemos disfrutado como pensábamos que no volveríamos a disfrutar. Reconozco que hacía tiempo que no me emocionaba tanto cada petardo, cada nota de las bandas de música, cada desfile y, por supuesto, la llegada a la Virgen. A pesar de la mascarilla, del cambio de recorrido, de la temperatura, del nuevo horario y de la falta de público. A pesar de los pesares, la vida sigue ahí, esperando que le demos de nuevo al botón de on después de un largo tiempo de pause.
No abogo por tirarnos de cabeza a la locura, sino por disfrutar con prudencia. Por demostrar que, si nos lo proponemos, en Valencia podemos celebrar fallas en septiembre y con seguridad, y que no por ello dejen de ser Fallas.
Ahora solo nos queda esperar a que el mes de marzo próximo nos regale unas fallas con todos sus aditamentos. Porque, además, será señal de que hemos vencido al bicho o que estamos a punto de hacerlo. Y de que este ensayo general que han sido las fallas de septiembre ha funcionado.
Que así sea. Porque, aunque no ha estado mal eso de las fallas con calor y restricciones, prefiero volver al tiempo en que lo que más nos podía preocupar era que lloviera en fallas. Que ni de eso nos hemos librado.
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