Darío Moreno. / EPDA
Probablemente, la situación más difícil a la que tuvimos que hacer frente el año pasado en Sagunto fue el asesinato machista de nuestra vecina Fátima, a finales de noviembre, solo unos días después del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Este suceso conmocionó a toda una ciudad que recibió atónita la noticia. Hasta que no lo vivimos con esta cercanía no somos conscientes de que la violencia contra las mujeres alcanza todos los rincones. Que también está en nuestros barrios, que la sufren nuestras amigas, nuestras vecinas, nuestras familiares. Y eso que los feminicidios únicamente son la punta de un iceberg que, bajo el mar, esconde control, aislamiento, negación, infravaloración, dominación, desigualdad y prejuicios.
Recuerdo esos días como profundamente dolorosos. No obstante, en cierto modo, también fue reconfortante ver a una ciudad que lanzó un grito de unidad contra la violencia contra las mujeres. Una situación que, sin embargo, se vio empañada por los comentarios que pudimos leer en redes sociales esos días y que, incluso, llegamos a escuchar de responsables políticos. Comentarios que aludían al origen de Fátima y su asesino, ambos nacidos en Marruecos, y que, desde luego, dejaban entrever dos cuestiones.
La primera, cómo algunas personas se niegan a hacer ningún tipo de reflexión sobre la responsabilidad que tenemos como sociedad en la erradicación del machismo. Una cuestión que nos interpela a todas y todos, con independencia de nuestro país de nacimiento, de nuestro género, nuestra religión o nuestro nivel sociocultural. Intentar alejar el problema, buscar un enemigo a quien atribuir la culpa, no hace que la violencia de género desaparezca, ni impide que el número de mujeres asesinadas siga creciendo. Tampoco otorga menor gravedad a los asesinatos. Ni nos hace menos responsables.
La segunda, cómo el discurso xenófobo es capaz de colarse hasta en las situaciones más trágicas. Ante un asesinato tan cruel como el de Fátima, que supuso, incluso, la hospitalización de su hija, al ser también agredida, hay quien quiso desviar el foco de atención hacia las personas migrantes, afirmando algo tan falso como vergonzante: que solo los hombres que proceden de otros países ejercen violencia contra las mujeres.
“Esto solo va a ir a peor a medida que sigan llegando inmigrantes”. “Solo te ha faltado decir el nombre del asesino y su procedencia”. “Cultura musulmana… de lo que se siembra se recoge”. “Fátima murió por las costumbres de su país”. “Si esto hubiera sucedido en su país no tendríamos que estar lamentándonos por esta noticia”. Estos que aquí os reseño son comentarios reales que recibí. Y, tristemente, no son los más graves.
Fátima no murió por las costumbres de su país, fue asesinada por el machismo. Si esto hubiera sucedido en su país, tendríamos que estar lamentándonos por esta noticia del mismo modo. Porque la violencia de género es estructural y porque ninguna vida vale más que otra.
Todo ello por no hablar del hecho de que, de 58 asesinatos machistas que hubo en 2023, 32 fueron perpetrados por hombres nacidos en España. Y que, aunque así no fuera, la solución no pasa por levantar un muro y decir “esto no va conmigo”. Si las cifras indican que tenemos una problemática especial de violencia de género en determinados colectivos migrantes, nuestro objetivo, desde luego, no debería ser mirar hacia otro lado. El objetivo sería el mismo: educación en igualdad y denuncia de la violencia de género. Todo ello proporcionando herramientas para atender y proteger adecuadamente a las víctimas, y haciéndolo de forma adaptada a la realidad de las víctimas y de su entorno. Hablar de la realidad sociocultural solo tiene sentido si es porque queremos mejorar el servicio que le damos a esas mujeres víctimas. Porque el lugar en donde naces no determina la dignidad que tienes como individuo. Porque el dolor por una muerte se siente igual en Sagunto que en cualquier otra ciudad del mundo.
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