Mar Traver Soy feminista,
pero no siempre lo fui. Crecí en un entorno amable con la mujer en
el que la igualdad aparentaba estar conseguida, no parecía un
problema. Sin embargo, poco a poco, una vez fuera de ese entorno
amable, la sociedad patriarcal empezó a golpearme... Agresiones
verbales por la calle, algún listo en la discoteca que te toca el
culo y le ríen la gracia mientras te debates entre la vergüenza y
la rabia, volver a casa con miedo de volver a encontrarlo o encontrar
a otro energúmeno por el camino... Las entrevistas de trabajo en las
que importa si quieres ser madre o cuándo eres madre y los cuidados
recaen sobre tus hombros... Y vi, como todas hemos visto, a mujeres
sometidas a sus maridos, y vimos como esa violencia machista al final
acaba asesinándonos.
Entonces leo un
fragmento Simone de Beauvoir o de repente escucho a Madonna o Cyndi
Lauper y poco a poco entiendo que aquí hay algo detrás, que aquí
hay una estructura contra la mujer. Escucho que hay mujeres
feministas, a las que ridiculizan, llaman amargadas, marimachos,
bolleras... pero ellas tienen razón. Pasa el tiempo y las voces de
las mujeres claman ¡nos asesinan! La ley, aunque reconoce
formalmente nuestra igualdad, nos desampara, nos pregunta por nuestra
falda, por nuestras copas de más... Y como ahora de nuevo en
Afganistán, a las mujeres nos casan obligadas, nos odian, nos
mutilan, nos venden, nos cortan el pelo o nos lapidan bajo la
cobertura de la ley y de la religión.
Sólo cabe una
opción: ser feminista. Orgullosa feminista. Y compartir el feminismo
en todos los ámbitos de la vida y seguir luchando, por queda mucho
por hacer, porque me duelen todas. ¿cómo no dolernos por todas?
¿Como no seguir luchando?
Me duele la niña
abusada con tres añitos cuando le tocaba columpiarse fuerte, me
duele la chica sobre la que vierten groserías que llaman piropos; me
duele la mujer que no se sienta un segundo en la cena de navidad, ni
ningún día del año; me duele que se levantaran ellas a recoger
mientras ellos charlaban, fumaban o acababan el vino. Me duele la que
quiso ser ingeniera y no pudo porque estudiaba su hermano. Me duele
la niña a la que han mutilado el clítoris para que no disfrute del
sexo. No sabían dónde estaba, excepto para mutilarlo. Me duelen las
renuncias de cada mujer para poder ascender en el trabajo. Me duele y
me va doler Afganistán.
Por todo esto
lucho, y pido que luchemos, nosotras y vosotros, porque nunca es
tarde para darse cuenta de la realidad, porque necesitamos ser
cómplices en la libertad y no con el oprimido, porque así, un día,
dejarán de dolernos todas.
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