Javier Mateo Hidalgo ¡”Recordones”!,
espeta el tío Paloma cada vez que desea dar énfasis a una de sus
frases, cargándose de ánimos y razones ante cualquier obstáculo
que debe encarar. Este personaje, bien característico y
perteneciente a la novela Cañas y barro, personifica parte de
la personalidad de su creador, el escritor Vicente Blasco Ibáñez.
Con la lectura de sus novelas, van presentándose sus distintas
criaturas y con ello, completándose su carácter como autor y ser
humano. Y, con el término “humano”, designamos su mayor virtud,
la humanidad. Comprometido con las clases sociales más vulnerables,
siempre se puso de su lado, buscando con sus obras remover las
conciencias de la población ante las constantes injusticias
ejercidas por quienes detentaban el poder. Pero Blasco Ibáñez no se
quedó en la literatura, sino que quiso cambiar las cosas en la
realidad, creando el periódico El Pueblo y convirtiéndose en
líder del republicanismo valenciano. La defensa de sus ideales le
llevó incluso a batirse en duelo en Madrid, en el año 1904. Los
primeros recuerdos que le llevaron a tomar esta postura personal y
política sucedieron cuando tenía seis años, siendo testigo de una
rebelión cantonal durante la I República Española. No tardaría en
inclinarse por las lecturas surgidas durante el realismo y el
naturalismo, con Víctor Hugo dominando la pirámide literaria y con
su obra Los miserables rematando la cúspide del edificio.
Ello corroboró su determinación de ser “escritor y
revolucionario”, por lo que una cosa iría siempre acompañada de
la otra. Blasco Ibáñez destacó, entre otros literatos de su
generación como Galdós, Pardo Bazán, Pereda o Clarín, por el
carácter áspero y crudo de sus historias. Sus personajes lucharán
firmemente por sobrevivir en un mundo plagado de injusticias. Si el
tío Paloma gritaba ese “¡recordones!”, a continuación hundía
la vara en el agua para hacer mover su barca y decía con el mismo
énfasis: “¡percha!” Y es que la acción asociada al trabajo es
el motor que mueve a los protagonistas de estas novelas. No obstante,
los problemas no quedarán sólo en la subsistencia, sino que se
extenderán a las relaciones con las propias personas de su entorno y
clase, tanto amigos como familiares. La dignidad, el honor, la idea
del orgullo hacia la familia o la estirpe harán acto de presencia y
generarán conflictos todavía más difíciles de solucionar. Así
por ejemplo, el hijo del tío Paloma, Tono, buscará solucionar los
problemas económicos derivados de tener que mantener a su mujer y a
su hijo. Por ello, no dudará en trabajar en las tierras de la
albufera. Esto no sentará nada bien a su padre, que verá cómo la
profesión familiar de barquero quedará truncado por este nuevo
oficio, enemigo histórico de los pescadores, por cuanto come terreno
al agua con las nuevas plantaciones. Tono tendrá que crear tierras
nuevas recogiendo el barro de las profundidades del agua, secándolo
y echándolo de nuevo en el agua hasta verlo emerger en la superficie
como nueva extensión susceptible de ser trabajada. Un trabajo
hercúleo que representará como ninguno esta “voluntad de vivir”
de dichos personajes blascoibañecianos. Así titulará una de sus
novelas el escritor valenciano, precisamente. Por otro lado, el
personaje de Batiste en La barraca será lo más parecido al
santo Job de su época, pues tendrá que enfrentarse a toda una serie
de pruebas que le llegarán de forma injusta por parte de quienes le
rodean a él y a su familia. Llegará en un carro con su familia,
habiendo pasado su vida en los caminos, como “gitanos” (así les
llamarán despectivamente) a una barraca abandonada, que rápidamente
con su esfuerzo arreglarán para poder vivir en ella y comenzar a
cultivar en sus tierras. Sus vecinos se convertirán de forma
irracional en sus enemigos. Un grupo que podrá verse como un ente
terrible, una amenaza constante, decidida a hacerles la vida
imposible, por entender que con su llegada, facilitaban a los dueños
y señores de las tierras de la zona su supervivencia y usura. El
dueño anterior de la barraca, el tío Barret, lo había perdido todo
al no poder hacer frente al excesivo dinero que le pedía su señor
y, desesperado, había terminado en la cárcel al acabar con su
explotador degollándole con una guadaña. “¡Nadie ocupará la
barraca del tío Barret!” proclaman los huertanos, prefiriendo que
la casa se hundiera antes que verla ocupada. Pero ese grito de guerra
no es tal, porque para que haya un conflicto armado de esas
características debe haber una lucha entre dos bandos, y Batiste no
desea entrar en confrontación. Aguanta las denuncias que ponen
contra él en el Tribunal de las Aguas, o los ataques físicos que
ejercen sobre sus hijos y su caballo. Pero la paciencia tendrá un
límite, y ahí llegará el cúlmen de la tragedia. Es precisamente
aquí, en el termómetro del aguante, donde estos personajes
mostrarán su fortaleza frente a otros, de forma positiva.
Pero
Blasco Ibáñez no sólo se queda en los personajes de condición
humilde, sino que también penetra en las estancias de la gente
pudiente para relatar sus grandezas y miserias. En el caso del
personaje de Doña Manuela, su posición social alta es meramente una
apariencia, como reza el título de la novela que protagoniza, Arroz
y tartana. Blasco toma la frase de una copla popular valenciana
del s. XIX: "arròs i tartana, casaca a la moda, i rode la bola
a la valenciana". Es decir: “arroz y coche de caballos,
vestido a la moda y que siga girando el mundo al modo valenciano”.
El término "bola" tiene un sentido doble, pues también
significa “mentira”. Con ello, se refería a la costumbre de
determinadas gentes de ahorrar sacrificando cosas necesarias como la
comida, en favor de otras frívolas y asociadas con una imagen
aparente. Así, comían arroz (considerado comida de pobres) sin
condimento alguno, dedicando el dinero a comprar vestidos de moda o
coches de paseo. Doña Manuela se ahoga en las deudas que contrae
para poder permitirse el atrezzo con el que lucir para parecer tener
un nivel socioeconómico que no le corresponde. El lector no puede
evitar sentir tristeza por este personaje, en cuya desdicha arrastra
consigo a su familia (sus hijos, su hermano). Y es que, para el
escritor valenciano, sus personajes “miserables” no
necesariamente tienen que vivir en la pobreza, sino que pueden
aparentar que no viven en ella, lo cual puede resultar incluso más
triste. Buscar ser lo que no se es como recurso para ser aceptado por
quienes no son de su condición. De alguna forma, las reflexiones
efectuadas en estas novelas buscan sacudir al lector, haciéndole
consciente de sus virtudes y miserias y, desde luego, no dejarle
indiferente. Involucrarle, hacerle tomar partido. Da igual el
escalafón donde nos situemos dentro de la sociedad, pues los
diferentes libros de Blasco Ibáñez acabarán atañéndonos tarde o
temprano.
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