Catalunya ha iniciado un peligroso debate sobre la bondad de la independencia, auspiciada por los nacionalistas de CIU y apoyada por Esquerra Republicana y un sector del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC), la rama catalana del PSOE. La Cataluña tolerante, acogedora de inmigrantes de España y fuera de España, la Cataluña abierta, la están haciendo trizas unos sectores que han decidido dar un paso hacia un camino que entiendo que será muy perjudicial para la propia Cataluña, pero también para el conjunto de España.
Qué poca memoria tenemos en este santo país, donde la Iglesia se divide entre la Conferencia Episcopal que apoya públicamente la unidad de España y la Iglesia catalana, que dice que seguirá los pasos del pueblo catalán. Y yo me pregunto, para empezar, ¿desde cuándo la Iglesia opina sobre cuestiones políticas? Pues desde siempre.
Pero a lo que iba. ¿Ya nadie se acuerda cuando Jordi Pujol y su CIU eran la bisagra del Parlamento español, primero con Felipe González y después con José María Aznar? ¿Cuántos miles de millones de euros costaba la factura del apoyo parlamentario, condición sine qua non para que los nacionalistas de CIU aprobaran los presupuestos generales del Estado?
¿Cuando se celebraron los Juegos Olímpicos de Barcelona, acaso no fue toda España la que apoyó moral y económicamente para que resultaran el éxito que fueron? ¿Entonces no querían la independencia?
El nazionalismo tiene ese problema: nunca tiene suficiente. Cada vez quiere más y más. Primero, inversiones extra del Estado; después, un pacto fiscal beneficioso para Cataluña, al estilo de País Vasco y Navarra; y más tarde, la independencia.
Siempre he defendido y respetado las señas de identidad y el hecho diferencial catalán, su cultura y su lengua como un valor extraordinario para Cataluña, pero también para España. En absoluto coincido con los sectores más rancios y reaccionarios de una parte de los españoles, que no comprenden la riqueza cultural de Cataluña y critican por ignorancia el peso del catalán en esta Comunidad Autónoma. Pero tampoco estoy de acuerdo en la deriva soberanista e independentista de CIU y otros sectores catalanes porque Cataluña no tiene sentido -ni futuro- fuera de España y España no existirá sin Cataluña o el País Vasco.
Es casualidad, o no, que sea ahora cuando la CIU de Artur Mas reclame un referéndum, que interpreto como una medida de presión para sacar mayores réditos económicos del Estado central, precisamente cuando la Generalitat de Catalunya más hundida está por una gestión nefasta de los anteriores gobiernos de CIU, del tripartito de PSC-ERC-IC y del propio gobierno de Mas. Pero disfrazar esta asfixia financiera como una consecuencia del maltrato del Gobierno central, no es sino una mentira fruto del siempre rentable victimismo catalán.
Ahora bien, una cosa es el victimismo y otra promover una independencia que hundiría a Cataluña, sus empresas y sus ciudadanos. Y, por consiguiente, también a España. ¿Eso es lo que quiere Artur Mas y sus compañeros de CIU?
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